lunes, 9 de agosto de 2010

EPÍLOGO

Bastó un paso al frente y un brusco frenazo, tan solo un sonido perdido en el ambiente me enclavó en trance y un dulce acordeón me transportó en un segundo…

Me transportó a un paraje perdido y un objetivo común, a un ferviente agosto y a un camposanto…

Me transportó a un dulce rostro y a un cabello que anhela ser recogido por temor al viento, a unos lindos e interrogantes ojos que denotan inteligencia, firmeza y una pizca de picardía afable. A una bella y singular nariz y a unos tiernos labios, temerosos quizás, de ser besados por quien no se los merece, mientras una media sonrisa traviesa se escapa sin quererlo haciéndola irresistible.

Me transportó, posteriormente, a un largo y frio invierno, a oscuras calles donde mi ineptitud impedía articular palabra alguna. A un frío que no importaba porque éramos dos, a una lluvia que apenas mojaba y a unos bellos despertares…

Me transportó por último a malos momentos regados con lágrimas de rabia, pero también a abrazos infinitos, impares besos y horas que no eran horas sino un par de minutos…

Por fin salí del trance y recordé ese singular acordeón sacado de una película y la recordé a ella, como casi siempre hago y pensé si habría transcurrido un año, o quizás un segundo, o quizás…

Qué importa, sonreí y noté su mano agarrando la mía, como me gusta…