lunes, 30 de noviembre de 2009

La rocambolesca y conmovedora historia de Isolino Ramos y su extraña dolencia.

Cuarto y último capitulo…

Años atrás

Las lágrimas en los ojos de Isolino caían como desprendiéndose de su ser, como cascadas de desahogo, como escape a su impotencia.
Tan solo el esperar que Aurora estuviera en casa al caer la noche le aseguraba la tranquilidad que deseaba para acomodarse en su dolencia, en esa dolencia que le atormentaba, no con un dolor físico sino social.
Era diferente y por ello despreciado, ya todo el mundo sabía lo que era capaz de hacer, o mejor dicho, de no hacer. Y es que la ausencia de dormitar provocaba en la gente de aquel pueblo, desconfiada per se, la ira, el miedo, el desprecio, el vacío…y toda clase de sentimientos vilipendios, injuriaos, afrentados…
Aurora, primero por miedo, después por pena y posteriormente por amor, decidió compartir su vida con él.
Las noches no se hacía ya tan largas como antes, la cama volvía a ser una resguardo frente a las infamias y su compañía, el bálsamo con el que aliviar sus menguantes y lúgubres noches.

Por ello y en secreto vivían una vida que a los ojos de Dios era pecado. Hacían el amor todas las noches y se volvían a amar por la mañana. S e deseaban con tan lujuria que hasta los animales del corral contiguo se preguntaban si era sano el formar ese tándem de voluptuosidad pecaminoso a los ojos de Dios.

No tardaron en aparecer, como era de esperar las consecuencias de su pasión y cierto día llamó a la puerta un hombre cansado, viejo y con mala saña en sus modales, consciente de su poder y del temor que desprendía su halo de divinidad y salvación
- Padre Andrés- saludo Aurora vespertinamente
- Zorra, déjame pasar- El padre Andrés dubitativo escrutaba la casa desde la puerta buscando al provocador de aquella situación de depravación, de desdén ante los ojos del Señor todopoderoso.
- Isolino no está, y no creo que lo encuentre porque no quiere verlo, le recuerdo que se negó a darle la comunión y la confirmación por miedo a que fuera una especie de diablo- Aurora parecía enojada.
- No estáis casados, estáis viviendo en pecado ante los ojos de Dios, y como es natural no seré yo quien os case, no con ese mounstro rondando por mi pueblo y develando las intimidades de la gente de a pié
- ¡No es un mounstro maldito cabrón! El no tiene la culpa de no dormir, es un don no una enfermedad, o al menos no lo sería si ustedes, la falsa gente de este pueblo no le despreciara por ello, y menos sus padres

El padre Andrés abofeteó el rostro de Aurora hasta hacerle sangrar por el labio inferior. La agarró con fuerza y la metió en su casa tumbándola en la cama donde horas antes había dado rienda suelta a su pasión con Isolino.
- haber donde dejas ahora tus modales furcia- El padre Andrés se levantó la sotana ante los gritos mudos de la joven y la penetró con fuerza ante los sollozos de Aurora que nada podía hacer pese a la vejez del cura que se aferró a los poderes divinos para violar repetidamente a la joven y santiguarse al acabar como si de un Ave María se tratase.

Años después…

La gente que se apiñaba alrededor del difunto Padre Andrés lloraba desconsoladamente su pérdida, pero lo hacían con hipócrita actitud, todos, en cierto modo deseaban que a ese mal nacido, dueño de la mayor parte del pueblo, terror de los niños y amante de las amenazas divinas para aprovecharse sexualmente de los más débiles, le sucediera algún día algo así, una horrible y espantosa muerte.

Se reunieron el alto mando del pueblo, junto con los demás ediles, consejeros y don Severiano.
Miedo, pavor, terror, esa era la conclusión de la reunión en la que decretaron por unanimidad profanar la tumba de Isolino para comprobar que no había sido ese espíritu maligno, endiablado y ruin, el que había provocado el caos o quizá si.
Quizá la venganza por el desdén mostrado hubiera tomado forma, forma de masacre colectiva e progresiva en la que iban cayendo los personajes que habían hecho de la vida de Isolino un infierno.
La tarde del veintitrés de abril se decidió abrir la ínfima lápida que nadie se atrevió nunca a limpiar, que nadie osó mirar ni tan siquiera de reojo al pasar y por supuesto, nadie se atrevió a abrir jamás.
La tarde estaba llegando a su fin, la lluvia pintaba un óleo de sinsabores en las proximidades del cementerio como llorando el descaro con el que interrumpían el descanso de un hombre que jamás descansó. Irónicamente indicado en una leve inscripción de su lúgubre lápida que rezaba así, descanse en paz.
Tan solo diez personas acudieron a la profanación infame; Fausto, leía para sus adentros la nota que el cadáver del padre Andrés sujetaba con ahínco al perecer.

Santo Padre que estas en los cielos, no espero que me perdones por lo que acabo de hacer, solo juzga en lo mas interior de todo tu ser si la dignidad de tantas personas y su sacrificio requieren un emisario de tu palabra con potestad para hacer todo lo que ha hecho, por años de dolor y abusos, por el miedo que impregnaba, por el descaro con el que condenaba a quienes osaban contradecirle, por la solvencia con la decretaba lo que estaba bien, y lo que estaba mal…
Ahora sus genitales expuestos por doquier, sirven de muestra para demostrar, de una vez, que solo tú puedes decidir sobre nosotros…

-Una, dos y….- la tumba se abrió ante una mezcla de barro y lluvia que impregno a los operarios a quienes, le temblaban las manos por lo que acababan de hacer. Don Severiano, recogido en una intrínseca soledad lloraba para sus adentros, lloraba por que no fue capaz de querer a un hijo diferente, especial…
Los diez contemplaron la lápida abierta



Años atrás…

Isolino llegó de trabajar cansado, pero con la suficiente perseverancia para amar a Aurora, de hecho, el hacer el amor a todas horas le hacía comprender una sensación parecida al descanso, al sueño que tanto anhelaba.
Pero vio lo que nunca quiso ver, Aurora lloraba en la cama donde se amaban, sangrando facial y vaginalmente se aferraba a sus rodillas como murallas de una defensa que había sido quebrada por la codicia, la maldad y el desprecio.

Se abrazaron durante horas. Ninguna palabra servía en ese momento, nada describía la rabia que ambos sentían.
Aurora temblaba como un flan y entre sollozos logró articular dos palabras clave para encender la llama de Isolino
- Padre...Andrés

Isolino le soltó suavemente, calmado abrió el armario y se cargó una escopeta al hombro. Con un temple impropio de la situación salió dirección a la parroquia que estaba al otro lado del pueblo pero alguien se cruzó en su camino.
Don Fausto le preguntó indignado a donde se dirigía y escuchó la explicación de Isolino.
Con una cara desencajada, don Fausto indignado también condujo a Isolino a la trasera de la iglesia, justo a la entrada de la sacristía donde se encontraba preparando la misa del día siguiente, el padre Andrés.
Don Fausto no escatimó en infamias contra el padre Andrés por lo que acababa de hacer y se dispuso a hacer justicia junto a Isolino.

Tres golpes bastaron para llamar a la puerta de la sacristía mientras anochecía en el pueblo y el sol se ocultaba como evitando ver lo que iba a suceder.

- ¡Salga maldito bastardo!, salga aquí y de la cara- Isolino no cabía en sí de rabia y se dio la vuelta para pedirle a Don Fausto que convenciera al padre Andrés de que saliera inmediatamente.

Don Fausto sujetaba una pistola en su mano y apuntaba directamente a la cabeza de Isolino.

-¿Qué te habías pensado satanás?, has cavado tu tumba en este instante.
Isolino dejó la escopeta en el suelo y miró fijamente a los ojos al alcalde, escrutando lo que pasaba por su despiadada mente, pero solo encontró más de lo mismo, odio.
Fausto cerró los ojos y apretó el gatillo. Isolino se desparramó como un ciervo junto a la pared de la iglesia con un tiro en la cabeza, dejando un dibujo color impotencia en la casa del señor.




Años después…

La lápida estaba completamente vacía, y Don Fausto se arrodilló indignado y asustado, ¿era posible? ¿Era posible que hubiera resucitado de entre los muertos y se estuviera vengando?, después de todo, nunca había dormido, que era bastante mas raro y si era portavoz del diablo…
Solo y cabizbajo, había sido abandonado por el resto de la gente que se disponía a refugiarse en sus hogares por miedo a más crímenes. Don Fausto se negaba a abandonar el camposanto, sentado en una lápida contigua sintió un escalofrío, mas tarde despertó encerrado en un cajón oscuro


















Epílogo


Aurora planeó varios asesinatos pero no todos fueron posibles, tras la violación, no volvió a ser la misma. Se volvió solitaria, desconfiada y afable en las reuniones sociales, para no despertar sospechas.
Como su amor con Isolino era secreto, nadie le dio el pésame, nadie le ayudo en sus momentos difíciles, con nadie se sintió querida excepto con él.
Con ese hombre que no podía dormir, con ese hombre de gran corazón que consiguió que se enamorara de el como una posesa. Ese hombre que provocó que su venganza fuera terrible, primero con Esteban, luego con el padre Andrés y posteriormente con Don Fausto.
Cuando hubo estado sentado en la lápida contigua, solo, Aurora lo golpeó con una barra de hierro y lo dejó inconsciente. Posteriormente abrió una lápida que desde hacía años permanecía vacía a la espera de la venganza de Aurora.

Lo colocó en el ataúd y lo enterró en vida hondo, muy hondo para que nadie pudiera encontrarlo jamás. Después cerro la lapida con cemento y hecho montones de tierra, colocó la cruz encima en la que se leía, ya con la noche encima:

“Aquí descansa en Paz Isolino Ramos”


Fin

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