lunes, 19 de octubre de 2009

La rocambolesca y conmovedora historia de Isolino Ramos y su extraña dolencia.

Capítulo tres


Años después…

Las encinas escondían entre sus ramas una espantosa estampa. Los niños miraban la porquería acumulada y los miles de insectos que degustaban la cabeza de un jabalí, degollado y aún con lánguido gesto, encharcado en su propio vómito, bizco y con la lengua fuera lamiendo el aire de su decrepitud.

Los adultos que asistían a misa encontraron además de urgente, una razón no poco convincente para abandonarla en Pro de atender a sus hijos.
Al lado, una nota empapada en sangre y envuelta en un cuchillo de grandes dimensiones rezaba lo siguiente:

- Mi hocico olisqueó la desmesura del ser humano, la grandilocuencia de lo infame y despreciable desazón por una persona humana, por eso te delato Esteban, aquel que violó a su mujer repetidas veces durante aquella estrellada noche y con ahínco procuró atarla en santo matrimonio para disimular el fruto de su vergüenza.

Matías, tras acabar escrutó a toda la gente que allí se congregaba y buscó con la mirada a Matilde que permanecía cabizbaja ante la acusación a su marido que, indignado le arrebató la nota y ofuscado golpeó la cabeza del jabalí con una patada que no hizo sino salpicar de sangre a sus hijos que presenciaban la escena contrariados por las palabras que Matías había pronunciado, equivocadamente o no, en voz alta.
La gente del pueblo apenas si habló pero tan solo murmullos. Como de costumbre, la sinceridad no el fuerte de aquella gente. Evitando mirar a Matilde, como si ella hubiera sido la culpable de esa situación, la esquivaron para hacerse paso dirección a sus hogares. La lluvia no daba tregua y solo un tirón a la chaqueta de Matilde la devolvió a su triste realidad. Su hijo mayor, Esteban, la miraba incomodado por la situación, solo le agarró la mano y la dirigió con ella de vuelta a casa.



Esteban padre abrió la puerta del ayuntamiento para buscar a Fausto que sentado le esperaba en la puerta del consistorio.

- Ha vuelto fausto, ha vuelto de entre los muertos y se está vengando de todos nosotros. Nadie mas lo sabía, Matilde jamás lo diría.
- Cálmate Esteban, es imposible, yo mismo presidí su funeral. Todos lo velamos, tú estabas allí, tú mismo le tiraste una rosa al ataúd.- Fausto incómodo sacó del mueble bar una botella de whisky y ofreció un vaso a Esteban un vaso, cuyo contenido apremió en un santiamén.
- Veremos quien es el siguiente- Esteban cerró de un portazo y se marchó





A la mañana siguiente Fausto se levantó contrariado, resacoso y enfurecido porque alguien estaba alterando la tranquilidad de su pueblo con vestigios de otros tiempos. Tiempos en los que las circunstancias exógenas a la vida normal del pueblo, se habían cometido errores. Errores purgados eso sí, por la santa iglesia que, en secreta confesión había absuelto a los hechores Dios mediante, varios salmos bíblicos y aves maría anestesiando así el sentimiento que de culpa, pudieren tener dichos individuos.
Ávido pues no tardó en visitar a don Severiano que se hallaba como de costumbre tallando madera en su taller, dando forma a las formas que anhelaba en su imaginación y que nadie entendía sin que por ello, no dejaran de ser verdaderas obras de maestría.

Su rostro mal envejecido con los años expresó algo de indignación por la visita de Fausto ante la puerta de su taller que se encontraba junto a su casa; Ambos se miraron un instante, frunciendo el ceño en señal de desdén mutuo.

- Solo te robaré un instante- Fausto cambió el rostro con intención de conversar amigablemente
- Adelante- lo instó a pasar Don Severiano.
- Eres lo mas cercano que conozco a él, y te ruego que si tienes algo que ver con el altercado de ayer me lo digas cuanto antes, se que es difícil porque era tu hij…
- ¡Yo no tengo hijo!- claudicó Don Severiano dando fin a la conversación instando a abandonar el taller a Fausto que, contrariado pero firme, asintió sin mas y se fue


Desesperado, Fausto optó por hablar con el padre Andrés. La rabia le estaba empezando a carcomer por dentro, la impotencia de que alguien aireara sus trapos sucios le hacía encogerse de pavor. Tuvo que respirar hondo y dejar de apretar los puños porque la sangre empezaba a brotar por sus manos.
Demasiada gente se congregaba en la iglesia, mas de la habitual para una hora en que la misa ya había dado a su fin. Varias mujeres lloraban en la puerta de la iglesia y tres hombres del pueblo se dirigieron a Fausto para que viera la nueva tragedia.
Andrés el párroco, yacía en el suelo del pórtico completamente desnudo y con sus genitales arrancados y colocados en una de sus manos, Fausto desencajado, leyó la nota adjunta.

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