domingo, 14 de diciembre de 2008

LA CASA DE LA MENTIRA

La maraña de gente apenas se inmutó ante la llegada de la Guardia Civil al lugar donde horas antes se había cometido un evidente asesinato.

El cuerpo presentaba señales de extrema violencia, tanto es así que los agentes tuvieron que sacar unas pequeñas muestras para averiguar si, mediante la prueba del ADN, la identidad del individuo coincidía con la identificación de aquella persona tan vilmente asesinada.

Los demás peregrinos que en el albergue pasaban la noche miraban extrañados la escena. La escasa luz que el pequeño edificio disponía era insignificante y la Guardia Civil hubo de instalar unos potentes focos rodeando la escena del crimen, ante la atenta mirada de los lugareños del pequeño pueblo de Triacastela que observaba los acontecimientos exaltados por el ir y venir de coches de la guardia civil y sus cegadoras luce azules y verdes.

El rugir del agua del río colindante al albergue presagiaba una larga noche de interrogatorios y de frío, mucho frío en la pequeña localidad lucense.

- Por favor, ¿alguien lo conocía?- preguntó un agente que vestía con unos vaqueros azulados y una americana negra que escondía una camisa blanca con rayas azules, mientras se colocaba en ambas manos unos guantes de látex.

Nadie dijo nada, ya se había sacado a todos los peregrinos del albergue. Todos presentaban un aspecto de frío y sueño lamentable, sin embargo nadie querría dormir aquella noche. Solo un par de tosidos rompieron el silencio.

- De acuerdo, iremos preguntado a cada uno, ruego su colaboración para que esto sea lo menos desagradable posible.

Casi tres horas para tomar declaración bastaron para permitir acostarse al resto de peregrinos.

Ya no quedaba nadie fuera del albergue pues, aun siendo el mes de julio, la noche estaba muy fresca y los acontecimientos no acompañaban a entrar en calor.

Dentro del albergue todo el mundo se había acostado, pero no dormido. La etapa anterior había sido muy dura. La bajada desde el monte de O Cebreiro dejó las piernas de todos los peregrino más que doloridas junto a las ampollas típicas de los caminantes, extenuadas aún más por el calor estival.

La habitación donde se encontraba Pablo lindaba con el río y en esta ocasión le tocaba compartirla con tres personas más. Un lujo comparado con otros albergues municipales donde a parte de decenas de peregrinos, se congregaban olores y ronquidos en una misma, pero grande, habitación.

Sus compañeros de noche eran Arturo, un anciano muy agradable que a ratos le contaba historias de peregrinos a Pablo además de jactarse de haber hecho el camino mas de diez veces y llegar cada vez antes llevando un paso cada vez mas presto, algo ilógico puesto que a edad no perdona y sus octogenarias piernas no aguantaban un ritmo muy fuerte.

Tristán e Isolda que dormían justo debajo de Pablo. Los llamaban así porque apenas hablaban con nadie y nadie conocía muy bien su nombre. Demostraban su amor en cada uno de los albergues y apenas se relacionaban con nadie. Sin embargo se les veía muy felices.

El pequeño Albertito cerraba el número de personas con las que le había tocado dormir esa noche y caminar hasta Santiago los escasos ocho o nueve días que le restaban hasta llegar frente a la catedral de Santiago. Albertito era el hijo de Andrés y Juana, un matrimonio Gaditano a los cuales habían separado por razón de sitio.

El resto de la gente que coincidía con Pablo en cada etapa era de lo más variado.

Al caminar tanta gente hacia Santiago en esos días con la intención de llegar el día veinticinco de Julio y celebrar el año Jacobeo, solo prestaba atención a cierto numero de personas quizás, las mas llamativas para él por su aspecto físico o su manera de actuar.

Cecilia era una de esas personas. La había conocido en la localidad leonesa de Ponferrada y se le antojaba cuanto menos atractiva. Era una joven Italiana que caminaba movida por una inconmensurable fe que le ayudaba a caminar con propósitos divinos.

La etapa siguiente fue muy dura tanto moral, como físicamente. El peregrino asesinado era poco conocido por Pablo sin embargo la tristeza y la incertidumbre de poder ser objeto de un daño similar, acompañaban la travesía de muchos de los peregrinos.

Pablo caminaba solo. Aunque carecía de fe cristiana, mucha gente le había recomendado la experiencia, sumado a su reciente separación, eran precedentes de sobra para embarcarse en tal propósito.

Descansó en una piedra tras una larga caminata. El sol estaba ya apareciendo por el cielo gallego y pronto comenzaría a sobrarle parte de su ropa.

Posó el bordón en una pared salpicada de musgo y sacó de su mochila un bollo de crema mientras alejaba sus pensamientos del cadáver del peregrino asesinado.

Pronto le acompañaron en su tentempié la familia Button. El padre, James, instó a su hijo Roger, con cierto retraso mental, a sentarse junto a Pablo mientras le daba un ligero golpe para que no olvidase saludar. La madre, Rosane, rió ampliamente de oreja a oreja con un gesto amable y su enrojecida cara inglesa pidió sin hablar una excusa por el descortés gesto de su hijo.

-¿Crees que fue un accidente Pablo?, es decir, ¿Qué a alguien se le pudo ir de las manos?- pregunto James con un gesto mucho mas serio y comedido.

- No lo sé, quiero pensar que si, es decir, quiero pensar que aquel peregrino estaba metido en algún jaleo raro, que no era de fiar y alguien lo encontró y le dio un castigo, pero se le fue de las manos-.

-Es probable, de todas maneras esperemos que haya sido eso- James asintió en señal de despido y prosiguió con su familia a paso ligero.

Sarria se intuía ya en el horizonte. No era para nada un pueblo bonito, típico gallego. Era una villa inundada por industria y perfilada con altos edificios que hacia de su visita, un mero tramite en el camino. Pablo había olvidado por un momento el cuerpo sin vida de aquel peregrino y sus pensamientos se centraban en su vida privada.

Era como una melodía sorda, como un paso de baile inacabado, como un puzzle a medias…. En esos momentos solo quería abrazar a su hijo. Temía que la nueva pareja de su exmujer, adquiriera un rol de padre que no le correspondía en absoluto. Él era su padre, el había cuidado de él hasta los cuatro años, el había visto sus primeros pasos, había odio sus primeras palabras, su primer día de clase.

Parado en lo alto de un monte cercano a Sarria, Pablo permanecía escrutando pensamientos separados de su cometido actual, caminar.

Alguien le tapó los ojos por detrás y un escalofrío inmenso le transporto a la fría realidad. Por un momento no supo que pensar, sin embargo la dulzura de las manos que lo agarraban distaron mucho de ser las de un asesino.

Cecilia ya lo había soltado y lo miraba con cara de preocupación, notando el acelerado pulso de Pablo que suspiró de tranquilidad y cierta alegría por haberla encontrado.

Ambos recorrieron la escasa distancia que quedaba hasta el albergue. Cecilia transmitía una encantadora situación, en cierto modo envidiable por Pablo puesto que, su fe, no le permitía disfrutar tanto del camino como a ella, que rezaba en cada iglesia y en cada capilla.

-Pablo, me gustaría tenerte cerca esta noche- eso hizo provocar un ligero cosquilleo en el pantalón de Pablo- eres un hombre fuerte y amable. Temo que esta noche ocurra algo.

- No hay problema ninguno, estaré cerca por si me necesitas- Pablo algo decepcionado acepto.

Tristán pasó por delante de ellos por una calle de Sarria. Pasaba a paso presto aunque no le acompañaba Isolda. Era la primera vez que alguien los veía separados. Nadie hablaba con ellos por lo que nadie se atrevió a preguntar por ella. Todo el mundo supuso que habían discutido. Pidió una cama en el albergue y se fue a descansar.

Matías, Damian, Alfredo, David, Joan y Eva, junto con los de más chicos de Barcelona también llegaron cabizbajos a Sarria. Su adolescente comportamiento no había sido el mismo desde la fatídica noche aunque ninguno renunciaba a disfrutar de la experiencia del camino.

Puede que fuera la larga etapa, puede que fuera el agotamiento mental, quizá las ganas de evadirse de la realidad presente y de acabar con todo. Puede también que quisiera asaltar la cama de Cecilia y resarcir con ella su frustrado matrimonio. No lo sabía. Pablo cayó rendido en la cama a las diez de la noche y nada le despertó.

Esa noche tuvo un extraño sueño, mezclando la etapa y sus bonitos paisajes con imágenes del peregrino muerto, de Cecilia, de su hijo, de una radio. Con una radio despertó.

-Le he dicho que de aquí no va salir nadie ¿de acuerdo?- La voz ya no era la de una radio, era una grave voz que hizo que Pablo se levantase frotándose los ojos y desperezándose rápidamente. Miró a Cecilia instintivamente y no la vio en su cama. Rápidamente peinó la habitación con la mirada y la vio en una esquina de ésta, de cuclillas llorando desconsoladamente. Pablo bajó de inmediato y le preguntó:

-Ha vuelto a pasar Pablo, tengo miedo- lo abrazó fuertemente y logró relajarse algo con la presencia de su amigo.

Pablo pudo observar ya más detenidamente al agente que hablaba por su radio con otros agentes. Temió lo peor de nuevo, ¿Quién sería esta vez?

-¿Qué ha pasado agente, quien a muerto esta vez?- Pablo parecía confuso e impaciente.

-Quédese aquí por favor, hemos de hablar con todos ustedes.

Pablo se levantó y miró por la ventana del albergue. Una multitud separada por un cordón policial se agolpaba en la puerta del albergue municipal. Entre los agentes había un cuerpo tumbado en el suelo, no podía verlo. Intentaba asomarse aún más pero no lograba adivinar la identidad de la nueva víctima. -Por dios levanta la manta un poco, he de verlo- Como por arte de magia telepáticamente un agente levanto la manta a la altura del rostro para que su superior viera a la victima.

Isolda permanecía tumbada en el suelo de la entrada del albergue municipal. Era espantoso. Su cabeza apenas colgaba de una fina tira, separada del resto de su cuerpo. La expresión era de terror. La habían degollado.

Tristán salió escoltado y esposado por la policía hacia un coche patrulla que esperaba con las luces encendidas y preparado para llevar al presunto asesino a comisaría.

- No podemos privar a esta gente de que siga caminando hasta Santiago, lo hemos cogido-

- Es imposible, no había indicios para culparle en ningún lado. Nadie hubiera apostado por él como el asesino del camino,- como lo habían apodado los peridotos locales- propongo una vigilancia significativa en el albergue de la siguiente etapa.- El inspector solo los mantuvo un día y medio allí.

Después del segundo asesinato, mucha gente fue la que abandonó el camino. Eva, la amiga de los chicos de Barcelona, recorrió en autobús los últimos cien kilómetros que distaban hasta Santiago. Otros volvieron a sus casas.

Pablo lo pensó detenidamente, actuó quizás, por rabia más que con cabeza. Cecilia se negaba a abandonar el camino. Había hecho una promesa a Dios. Su padre se había salvado de una grave operación y ella prometió que haría el camino de Santiago, llegaría y les agradecería al santo y a Dios el poder disfrutar de su padre. Pese a tener veinticinco años, carecía de experiencia en su vida, apenas había salido de Italia salvo para aprender castellano algún verano, era una joven muy lista pero no astuta y todo aquello le sobrepasaba moralmente. Se podría decir que disputaba una dura batalla moral entre su fe y su seguridad física. Lo acabaría fuera como fuera.

Pablo pronto se contagió del espíritu optimista de Cecilia y decidió continuar con ella. Por otro lado, tenía que demostrarse a sí mismo que era capaz de afrontar la vida y sus acontecimientos de manera valiente. Nunca había podido expresar su capacidad de decisión. Su mujer pidió un divorcio caprichoso; no había contado con sus sentimientos, tan solo había decidido comenzar una nueva vida con su actual pareja varios años mas joven que él.

Las dos siguientes etapas pasaron entre brumas. Casi contagiado por los acontecimientos, el cielo clamaba venganza por dos de sus hijos. Las nubes de una tormenta de verano fueron el colofón para que mucha gente se rindiera y decidiera continuar en un vehiculo.

Varias decenas de personas que habían decidido continuar seguían bajo las inclemencias del tiempo. Porto Marin supuso un descanso para los peregrinos. La guardia civil había instalado un completo dispositivo y había controlado la entrada de todos los alberguistas uno por uno. Aun así, muchos eran los que habían decidido dormir en una pensión o en un hotel antes de tentar a la suerte con el “asesino del Camino”. De hecho la prensa se había hecho eco de la situación y perseguía un reportaje sensacionalista y morboso a través de las historias de los peregrinos. El bueno de Arturo fue la presa más fácil de engañar y pronto se difundieron sus maléficas profecías a cerca del camino. Con todo, la prensa adquirió la información de la liberación de Tristán sin cargos por falta de pruebas merced a una buena coartada, por lo que, se seguía buscando a un asesino movido quizás por el protagonismo del año Jacobeo. Pese a todo, la crueldad de los asesinatos no hacia sino aumentar el morbo, lo cual logró a su vez incrementar el número de peregrinos movidos por un afán de protagonismo.

Pablo y Cecilia se sentían protegidos el uno al otro tanto emocional como físicamente. Pablo era un hombre corpulento y Cecilia veía en él a su ángel de la gurda. Se había formado ya un pequeño grupo de gente común a los dos albergues donde sucedieron tan pésimas tragedias. Arturo aunque muy ausente intentaba seguirlos. La familia Button, los chicos de Barcelona, Matías, los gaditanos, Cecilia y él, mantenían una relación amistosa. Albertito, el hijo de los Gaditanos Andrés y Juana, cambiaba impresiones con Roger, el hijo de James. Matías el gordito bonachón discutía con Cecilia sobre religión.

Las aguas no habían vuelto a su cauce del todo, sin embargo distaban tan solo dos etapas antes de llegar a Santiago y en los últimos albergues no había habido incidentes. Se presagiaba optimismo al terminar la penúltima etapa. Arzua ya no suponía una amenaza para casi nadie aunque no escatimaban en precauciones.

Sin embargo y contra todo pronóstico no pasó nada. Se había formado una homogeneidad satisfactoria para todos. Las dudas saltaban cada noche a cada uno de los peregrino que hacían noche en los respectivos albergues pero el mutuo apoyo y la solidaridad unió a este singular grupo de peregrinos cuya única meta era llegar a Santiago sanos y salvos.

Así llegaron a Santiago, fruto de varios días, unos mas que otros, el cansancio hacía mella en Pablo, no obstante la satisfacción fue inmensa. La plaza del Obradoiro se abría ante sus ojos como una inmensidad barroca, como un regalo visual a tantos días de camino, como una recompensa intrínseca al mero hecho de caminar. Por su parte Cecilia lloró al llegar, alzó la vista al cielo y agradeció a Dios su fuerza.

Bastaron unos instantes para que mirara a Pablo a los ojos fijamente, agradecida, lo recompensó con un precioso beso en los labios. Ambos se estremecieron y se fundieron en un eterno abrazo ante la mirada del resto de la comitiva que reía y se alegraba de la espontaneidad de la pareja.

Esa noche ambos mantuvieron relaciones sexuales en una bonita pensión compostelana. Ella lo abrazaba notando su fuerza, la fuerza que la había protegido hasta llegar allí. Él había olvidado sus problemas personales, aun por un rato, se dejó llevar por la sensualidad de la joven e imaginándose una relación que carecía de futuro. De todas maneras el siguió besándola y acariciándola.

Bajó al baño de hombres para lavarse los dientes y afeitarse, al día siguiente volvería a Madrid, todo habría acabado, la vida seguiría donde la dejó. A través del espejo rememoraba sus días de camino, la bella Galicia, Santiago….

Algo le devolvió a la realidad, un grito espantoso sonó desde la habitación donde dormía Cecilia. Sin pensarlo subió corriendo y entró en el cuarto.

Allí estaba Cecilia Chorreando sangre a borbotones, sujetándose con las manos la herida del cuello y pidiendo auxilio mudo.

Pablo intentó socorrerla pero alguien le atacó detrás de la puerta. Logró encararlo y pudo ver al asesino. Aquel era el culpable de la muerte de Isolda y del Peregrino de Triacastela.

Roger, el hijo de James sostenía un afilado cuchillo en las manos y lloraba desconsolado fruto de su retraso mental. Pablo intentó agarrarlo pero éste le atestó una puñalada en el hombro derecho. Pablo intentó agarrarlo pero escapó pensión abajo.

Los gritos despertaron a Matías, a Arturo y al resto de la gente que extrañada de la situación corrió hacia la habitación donde ellos dormían.

La primera impresión fue pensar que el asesino era Pablo puesto que Cecilia no lograba articular palabra y Roger se había escapado. Todos se lanzaron sobre él. Pablo desistió de dar explicaciones y corrió detrás de Roger por las calles de Santiago.

Roger bajó por la rúa de Acibechería y Pablo tras él hasta llegar a la plaza del Obradoiro. Allí no había nadie, solo la lluvia empujada por el viento retumbaba en la plaza como burlándose de Pablo que miraba en derredor buscando desesperadamente a Roger. Pero allí no había nadie, ¿Cómo era posible?, hace solo unos instantes lo tenía al lado. De pronto sintió un fogonazo en la espalda, notó como si una daga ardiendo le atravesara el alma y calló en la mitad de la plaza. Borrosamente logró intuir la silueta de Roger dispuesto a acabar con él, sollozando cual niño que era y preguntándose a sí mismo las razones de sus actos, la extraña posesión que le había llevado a cometer semejantes locuras. El delirio se aceleraba cuando sus victimas le rogaban que parase, Pablo interpuso su mano ya sin fuerza entre Roger y el cuchillo manchado con la sangre de Cecilia pero no fue suficiente. La daga se introdujo poco a poco en el abdomen de Pablo provocándole una arcada sangrienta ante los sollozos de Roger.

De repente Roger se separó de el y se arrodilló con las manos puestas en la nuca. Pablo intuía figuras borrosas a su alrededor que gritaban y apuntaban a Roger con un arma.

De fondo, el Obradoiro reflejaba las luces de la policía que había llegado ya a la plaza.

Días más tarde, tras salir del hospital acompañado de su exmujer y su pequeño hijo, les pidió un instante. Del otro lado del pasillo una pareja de unos cincuenta años lloraba desconsolada. Pablo se acercó despacio debido a sus heridas. Hablaban con acento Italiano y observaban el cuerpo sin vida de una joven, de su hija. Había luchado hasta el final, pero no lo había logrado el doctor les acababa de informar de su pérdida.

Pablo dejó una rosa sobre el abrigo de la madre de Cecilia, los miró durante algunos segundos y se volvió.

De camino a casa solo pudo recordar su sonrisa, su precioso pelo y la vitalidad que había inyectado en el, después tan solo lloró.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Has conseguido que cada línea q. leyera me resultase muxo mas interesante k la anterior..

No sabia que tuvieses tanto talento !!! me has exo adentrarme en la historia en serio..!!

M voy a volver adicta a tu blog..!!le visitre con mas frecuencia!!
Un beso!

rlo dijo...

Cabron como escribes!
Bonito relato.
Pon más cosas por aqui que se disfrutan.

Un abrazo atleta.