lunes, 5 de octubre de 2009

La rocambolesca y conmovedora historia de Isolino Ramos y su extraña dolencia.

Capitulo 1

Hallándose don Severiano y señora, Adelaida
, casi preparados para la fiesta local, un chupinazo los despertó de su momentáneo trance vespertino para devolverlos al pueblo de nuevo y recordar que su patrón los había bendecido con un magnífico día de lluvia, como era casi de costumbre, los había bautizado con un barrizal del que nadie se libraría al bailar al son de las diferentes gaitas sanabresas que habían llegado desde localidades vecinas. Eso sí, Fausto, el señor alcalde lo había previsto todo y colocando una enorme lona sobre la plaza mayor, se había ganado el voto al menos, otros diez años más.
A pesar de las inclemencias del tiempo y la cada vez más escasa afluencia de gente a dichos festejos locales, el ambiente era casi sublime y de nuevo se volvían a ver las caras decenas de familias y primos que desde un año, al menos, o más, llevaban sin verse.
Habían acudido casi todos, Esteban, Matilde y los niños, Damian, Mercedes, Aurora…la presencia de chiquillos atenuaba ciertas tensiones que desde hacía varios años habían surgido entre diferentes familias de la localidad por diferentes asuntos, no obstante, ellos, ajenos a las discrepancias de sus progenitores seguían su juegos y bromas cerca del lugar de la misa.
Severiano y Adelaida llegaron tarde a la oración al santo y ésta le recriminaba algo al oído y le hacía ademanes para que se quitara el sombrero de la cabeza ante tan sacras palabras. El padre Andrés comenzó a leer su gran biblia rematada en pequeños detalles de oro en los lomos y grabada con un distintivo sello episcopal en sus tapas ostentado quizás un poder eclesiástico sobre aquellas gentes que asumían cabizbajos que eran pecadores y debían redimirse ante el todopoderoso si deseaban entrar en el reino de los cielos. Puede que día tras día de constante autocastigo los haya debilitado moralmente o puede que siendo la festividad del patrón local enfatizaran algo más para purgar sus culpas. No obstante las miradas era claves, todo el mundo se miraba entre si juzgando sus vestimentas y apariencia para sí y poniendo una falsa sonrisa complaciente de cara a los demás.
Esteban buscaba a sus hijos en la lejanía de la plaza oteando el horizonte hasta donde su vista alcanza, desistiendo sin embargo al no encontrar rastro alguno y cerciorándose de que estaban acompañados de los hijos de los Sotelo, unos parientes de la vecina localidad de Ourense.


Y que el Señor esté con todos voso…

Un aterrador grito retumbo en los oídos de los asistentes a la misa que hizo que se les encogiera el corazón. Era una de las niñas de Esteban a la cual no lograban localizar.
Todo el mundo salió en diferentes direcciones para buscarla y Esteban corría despavorido con dirección a las afueras. La lluvia caía incesante sobre el rostro de Esteban mientras gotas y pequeños chorros de agua resbalaban por su incipiente calva.
¡Sonia!, gritaba una y otra vez mas el murmullo de la gente con la lluvia le impedía centrarse. De pronto, clavó la mirada en unas encinas de las afueras del pueblo y allí estaban todos los niños mirando un objeto en el suelo.

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